Más allá de las lágrimas

31/10/2010

La masiva presencia popular en el funeral de Néstor Kirchner es un dato mayor en la política argentina de estos días. Ni los más enconados enemigos del justicialismo ni los escribas a sueldo de los monopolios de prensa pueden apelar en esta ocasión al socorrido verso del “choripán y el arreo”. Como en las manifestaciones del Bicentenario la presencia del pueblo fue espontánea y asertiva.

En ocasión del 25 de Mayo el motivo convocante era de regocijo, mientras que el de estos días fue, es, un hecho doloroso, la pérdida de un líder. Pero la sincera congoja que invadió al pueblo estuvo asociada a un espíritu que no puede separarse de la misma energía que se puso de manifiesto durante la efemérides patria: hubo en ella un ánimo esforzado, un “grito de corazón” dirigido no sólo a confortar a la Presidenta Cristina Fernández sino a insuflarle la misma energía que palpita en la masa.

No creo que la Presidenta en ningún momento haya sentido un deseo de bajar los brazos como consecuencia de la pérdida de su ladero de toda la vida ni que vaya a hesitar frente a una tarea que sin duda se le hará más difícil por la pérdida y por el relevante papel que su marido cumplía no solo en el diseño de la estrategia política del gobierno sino también en el manejo del complicado y turbulento aparato del peronismo. Pues el aliento popular no sólo tiene que haberle insuflado coraje, sino que le ha mostrado el instrumento básico, la herramienta con la que podrá operar en el caso de que el momento así lo imponga.

El pueblo en la Plaza es un factor al que sólo hay que apelar en situaciones extremas, pero que resulta imposible ignorar si las circunstancias exigen su convocatoria. Si las circunstancias así lo imponen, decimos. La reserva tiene sentido. No se puede llamar a la movilización popular todos los días, pues se corre el riesgo de desgastarla. Es un expediente de máxima. Mientras tanto hay que librar la batalla no sólo contra una oposición que hasta aquí se ha demostrado cerril y enconada, sino y quizá sobre todo también en el interior del propio Frente para la Victoria.

¿Quién o quiénes podrán encargarse ahora de cuidar las espaldas de la primera mandataria? Los ingleses tienen una figura a la que denominan muy gráficamente “Whip” (látigo). Es el miembro designado por cada uno de los bloques del parlamento, al que se encarga de disciplinar a sus miembros para que voten y operen de acuerdo a la línea general del partido. Néstor Kirchner, hasta tanto no hubiera decidido asumir el rol de candidato presidencial, se encargaba de desempeñar esa función. Y lo hacía con una solvencia que nadie podía negarle. Era capaz de imponer autoridad y también de negociar. A veces hasta extremos desaconsejables. Recordemos la desafortunada elección de Julio Cobos como segundo término de la fórmula electoral del 2007…

La cuestión de elegir el o los operadores políticos capaces de encauzar al aparato justicialista en la dirección que pretende el Ejecutivo, será entonces uno de los primeros síntomas que podrán ayudar a discernir las perspectivas de éxito en la orientación del gobierno nacional sin Néstor Kirchner. Digo las “perspectivas de éxito”, porque de la orientación después de la irrupción popular en estos días no caben dudas.

El “¡Fuerza Cristina!” y el “¡Adelante Cristina!” son expresión de una voluntad de radicalización del proceso de cambio que arranca de lo más hondo de la voluntad popular. Seguramente no será Daniel Scioli, actual presidente del aparato por la desaparición de Néstor Kirchner, el que cumpla esa tarea. De él no se sabe si es flexible o blando, y uno tendería más bien a verlo como un elemento fluctuante y poco fiable en cualquier operación que apunte a la necesaria profundización de lo actuado hasta hoy. El recambio será un proceso que requerirá de cierto tiempo. Pero aquí surge un elemento que ha resultado la mayor y más alentadora novedad de estas jornadas traspasadas por el duelo y el coraje: la presencia mayoritaria de la juventud en la calle. No queda duda de que se ha dado vuelta a una página. Las nuevas generaciones, de las que tan mal se hablaba atribuyéndoles desapego por la política y un escepticismo que confinaba con el abandono, han dado una prueba clamorosa de su presencia.

En estos años de gobierno kirchnerista parecen haber descubierto el sentido de la cosa pública en la acepción grande del término. Es que durante este tiempo se han tocado los temas centrales que desde hacía más de cuarenta años estaban fuera de la agenda: la función del Estado, el valor de la soberanía, la búsqueda de una mayor equidad social, la procuración de una justicia retributiva que acabara con la impunidad, el descubrimiento de la Historia real y el encuentro con América latina. Hacen falta motivos genuinos para determinar una movilización sincera. Otro de los datos conmovedores de estas jornadas ha sido, a mi entender, la profunda empatía que existe en nuestro pueblo cuando se siente representado por sus autoridades y la forma afectiva, espontánea y carnal en que expresa sus sentimientos hacia ellas, manifestación de una democracia natural ínsita en lo más profundo de su naturaleza. Los abrazos y los besos a la Presidenta están alejados de todo protocolo y hablan de una frescura de sentimientos propia de este pueblo y de una disponibilidad que va más allá de las palabras.

Este tono familiar ha estado presente también en la forma en que los mandatarios latinoamericanos más conscientes del deber de la hora han expresado su fraternidad para con Cristina. Lula, Correa, Lugo, Evo y Pepe Mujica desplegaron una calidez no fingida. Y aunque relevar esta disposición gestual parezca cosa pueril, no creo que sea así: hay un lazo de sangre que recorre las venas de este subcontinente al que la relación de una historia ficticia que nos descomponía en unidades incomunicantes entre sí parecía haber cancelado. Hoy esa corriente fluye de nuevo, ayudada por la interpenetración derivada de una experiencia compartida, la del desastre neoliberal, y de la afluencia de masas de inmigrantes bolivianos, paraguayos, peruanos o chilenos a los conurbanos de las grandes ciudades. Es la segunda oleada que nacionaliza a Buenos Aires y las principales ciudades de la pampa húmeda, después del torrente de los “cabecitas negras” que inundaron la Capital Federal al calor de la industrialización y sembraron el terreno para la eclosión de peronismo.

Falta mucho para la concreción del proyecto nacional abarcador y latinoamericano. No somos inconscientes de esto. Pero con los Kirchner se ha comenzado a andar el camino. Y hay que recorrerlo con una noción clara de que debemos apoyar a quienes lo encabezan, alentándolos a acelerar el paso, pero en ningún momento sumándonos, como hacen algunos exponentes de una seudo izquierda, al vocinglero aparato de la derecha antinacional. En este camino hay muchas piedras pero, cosa curiosa, la presencia del pueblo en la calle se ha vuelto a revelar como el más poderoso instrumento que existe para romperlas y disolverlas.

Enrique Lacolla - Periodista. Investigador.

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