Deshonra al profesor Romero Sosa

29/03/2009

Al Señor Secretario de Cultura
Escribano Víctor Fernández Esteban

Me parece -porque dejo las seguridades en cabeza de los necios-; sí señor, me parece, repito,  que usted ha entrado con el pie izquierdo en el cargo de Secretario de Cultura. En actitud deconstructiva y no al revés como debiera ser. Sabrá que el deporte del “derogase” o del “déjese sin efecto”, en el que comenzó a entrenarse con el dictado de la Resolución 41/09,  suele traer en general sus bemoles si se afectan derechos adquiridos de terceros y también, como en el presente caso, si dan lugar al asombro, no precisamente admirativo de una parte de la comunidad.. Se trata de la porción de los que somos incapaces de entender el manoseo de la memoria de tres muertos representativos de la Cultura -con mayúscula- de la Provincia. Eso sí, de la Cultura  que por supuesto bien poco tiene que ver con la burocracia cultural que asuela la hipermodernidad. Recuerdo a Sartre cuando observaba lo innecesario de un Ministerio de Cultura en Francia, aun siendo que quien ocupaba la cartera era nada menos que André Malraux.  

Por eso soy conciente de que un módico Secretario del Área en el ámbito del Ministerio de Turismo salteño, pocas posibilidades tendrá de hacer cosas, pero al menos le ruego que no deshaga otras y se lo aconsejo con el derecho que me da pagar religiosamente los impuestos que devenga la modesta y antiquísima propiedad heredada de mis mayores en la Capital de la Provincia.

Nada nuevo hay bajo el sol y con su decisión de quitar los nombres de Antonio Nella Castro, de Walter Adet y de Carlos Gregorio Romero Sosa a las respectivas Salas de la Casa de la Cultura que entronizara la Resolución 24/09, usted  podrá jactarse de celeridad pero no  de originalidad. Y ello porque eso de modificar y quitar nombres es una de las “zonceras argentinas” más comunes o mejor, salteñizando a Jauretche y lejos de cualquier ánimo ofensivo, escribiré aquí, “operías” con el pensamiento puesto en don Vicente Solá y sus aportes lingüísticos. Como fuere que las llamemos pues, a tales inopinadas mudanzas, eso de andar despojando de nombres  con descomedimiento, constituye sin duda uno de los argentinismos que pusieron su granito de arena para que el país sea “la gran desilusión del siglo XX” al decir del pensador Raymond Arón.     

Cuando numerosos correos postales y electrónicos me informaron sobre el particular, sospeché que se trataba de una operación de prensa contra su gestión recién iniciada. Sencillamente porque me parecía increíble la ocurrencia, pero “cosas veredes Sancho”.  Ahora siento vergüenza ajena por su Resolución y más aun por sus fundamentos, al menos  los que anoticia  Nuevo Diario  en su edición del 22 de marzo del año en curso por ejemplo:

1.      objetar que el ex Secretario Caro Figueroa haya dictado la Resolución pertinente bautizando las Salas,  “dos días después de habérsele pedido la renuncia”. Cero en derecho administrativo, para el que fundamentó así su úkase. Debería sumariarlo incluso. ¡Si el maestro Bielsa viviera! Qué practicón de cualquier  asesoría jurídica no conoce que mientras una autoridad está en funciones es competente para dictar actos administrativos que hacen a su cargo y además ellos poseen presunción de legalidad. Qué tiene que ver pues un pedido de renuncia, por otra parte, si es que existió, no lo sé, oficioso y nunca hecho público, para que el destinatario dejara de cumplir con sus tareas específicas. Es más, de haberlo hecho y si de hacer leña del árbol caído se tratare,  podrían imputarle ahora abandono de servicios a Caro Figueroa.

2.     que las Salas tendrían ya nombres propios. ¿De dónde surge el antecedente? ¿Por qué no figura la Resolución pertinente en el texto de la suya? Hubiera sido más rotunda.

3.     otra excusa resaltada por los hijos de Walter Adet en comunicación que tiene usted en su poder y que me trasmitieron,  es que la Sala Mecano debería llevar un nombre vinculado al teatro y no uno que honrara a un poeta (¡!)

4.     que el citado Adet fue “su amigo y merece más que eso”. ¡Cómo sería si mereciera menos! Pero aquí no es una cuestión de amiguismo propio de nepotismos ajenos a la idea de República sino de estricta justicia histórica.

En fin, que cuando no hay razones válidas suelen sacarse de la manga pretextos a menudo contradictorios entre sí.    

Señor Secretario de Cultura en el ámbito del Ministerio de Turismo, si el problema es pasarle una factura política al historiador, bibliófilo y periodista  Caro Figueroa, como sugieren los recortes periodísticos en mi poder, me parece lamentable el hecho en sí y sobremanera triste jugar para ese fin con figuras que honraron las artes y las ciencias salteñas.

Por buen gusto no quiero abundar en los antecedentes intelectuales de mi padre, Carlos Gregorio Romero Sosa. Por buen gusto y por respeto a sus propios conocimientos sobre el particular que descuento. Eso sí, por favor envíe un secretario suyo para que revise los diarios nacionales, (La Nación, La Prensa, Clarín, el desaparecido Nuevo Siglo), también El Tribuno de Salta, además de revistas especializadas como el Boletín de la Agencia Internacional Católica Argentina (AICA), Archivum (órgano del Venerable Episcopado Argentino) Todo es Historia, Boletín del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, etc., etc.,  y hasta periódicos de España, de la República Oriental del Uruguay y en Listín Diario de Santo Domingo (Rep. Dominicana), el órgano de prensa más importante del Caribe, los días posteriores al fallecimiento de mi progenitor ocurrido el 13 de diciembre de 2001. (Demás está decirle que ese material se halla a su entera disposición si le interesara) Verá allí la trascendencia nacional e internacional de la figura de Romero Sosa y de su labor escrita. Estoy por publicar un libro sobre su epistolario literario y científico intercambiado con las mayores personalidades intelectuales del país y de América que le enviaré gustoso.

Naturalmente porque como enseña el Evangelio,  nadie es profeta en su tierra, fue en  Salta donde menos reconocimiento tuvo este sobrino de Juan Carlos Dávalos dado a las letras desde sus primeros años de vida de la mano de aquél y de Ricardo Jaimes Freyre y  después orientado a las investigaciones históricas, folclorológicas, genealógicas y referidas a las ciencias del hombre; este silencioso “urguniador del polvo” según lo rebautizó su primo Jaime Dávalos.

Sabía bien de esta y de otra ingratitudes  y hasta me atrevo a decir que las sufría Gregorio Caro Figueroa, quien en un gesto que lo honra, sin mediar compromiso alguno ni por supuesto la menor insinuación  de mi parte,  movido por un noble afán de justicia histórica quiso homenajear su memoria. Le cuento porque viene al caso, que algún día publicaré una de las cartas en mi poder del poeta tan vinculado con Salta  Joaquín Gianuzzi fechada en la ciudad del San Bernardo en los años cuarenta de la pasada centuria. El motivo de esa misiva fueron las mezquindades de las que Romero Sosa  no quería acordarse y que le hicieron renunciar a la Dirección del Museo Histórico del Cabildo que había organizado. Allí le expresaba a mi padre  veinteañero un solidario  y asimismo juvenil  Gianuzzi: “Ya le escribí a Castilla (Manuel J.) muy indignado pidiéndole a él alguna explicación de qué han hecho con usted. Le decía a nuestro común amigo Castilla que tal cosa no podrá quedar así y que al mismo tiempo me resultaba difícil creer -dada mi inexperiencia- que pudieran ocurrir tales cosas aquí”.   El gran poeta, lírico y generoso como pocos, pronto se desayunó de que ocurrían “cosas así” en Salta y hasta peores y ello cuando el propio Romero Sosa puso en sus manos varios poemas satíricos de Nicolás López Isasmendi, aquel crítico del medio que apelaba con sabiduría al “castigat ridendo mores”.     

En síntesis, me duele -nos duele en extremo a mí, a mi hermana y a mi esposa-  su gesto y discúlpeme que sea franco, sobre todo la mezquindad que adivino alrededor del espíritu  que lo motivó o que lo impulsó. Y duele no sólo por mi padre, sino de corazón,   por las memorias de los exquisitos poetas y militantes de las letras Walter Adet y Antonio Nella Castro.

Sabrá Señor Secretario de Cultura en el Área del Ministerio de Turismo, que los dos fueron grandes amigos de Romero Sosa que hasta colaboró gustoso con la Antología de la Literatura Salteña de Adet. Que los tres se hermanaron tras los ideales de belleza y verdad comunes. Que no trabajaron para los galardones. Que estoy seguro  que desde la eternidad,  con la experiencia plena ya del “vanitas vanitatis”, sonreirán de los homenajes y de los “deshomenajes” como el suyo. Y finalmente comprenderá señor, que nunca, pero nunca sus memorias podrán ser deshonradas o menoscabadas.

Está en sus manos por supuesto reparar el hecho. No tengo que decirle que honrar honra y que a los hombres de bien les es dado comprender que equivocarse es lo de menos; porque intuimos con San Agustín que errar es sólo una de las capacidades del ser.                                           

Que el Señor del Milagro ilumine de aquí en más su gestión.-

 
Carlos María Romero Sosa - Abogado
Buenos Aires (1425)
camaroso2002@yahoo.com.ar

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